Por qué ser el número uno

¡Prefiero vivir sin estrés que ser el número uno! Eso afirmaba el último del ranking de una oficina bancaria (que, por cierto, perdió su empleo). ¿Es posible ser el número uno y vivir sin el agite de la competencia? Descúbrelo en este relato. 

¿Quién se acuerda del segundo hombre que piso la Luna? ¡Nadie! Pero el primero, ¡Obvio! Todos recuerdan al primero, al número uno, al que se lleva el trofeo, al que está más alto en el podio. Y bueno, yo también quería ser el primero en el Banco donde trabajaba, pero mi excusa para no serlo era el estrés y la pésima salud de los gerentes.

Es en serio. ¿Conoces a un gerente de banco que no sufra de estrés, migraña, problemas del colón y hasta cáncer? El gerente de mi oficina tenía hígado graso, y el gerente regional padecía de afección cardiaca. Dormía con un aparato médico que le permitía estar vivo. ¿Acaso quería eso para mí?

Esa mañana nos visitó la nueva gerente regional. Me perturbó verla. Cuando empezó a hablar era evidente el tic nervioso en su ojo izquierdo. Al principio pensé que tenía pretensiones conmigo, pero luego me enteré que el estrés le provocaba parálisis y el terrible tic que me tenía ilusionado (no es en serio). Pero esa mañana todo sería diferente. Invitaron al asesor comercial número uno a nivel nacional.

Cuando empezaron a aplaudir para darle la bienvenida, esperaba que se parara un hombre con el mismo tic nervioso de la gerente. ¡Imagina: el número uno entre más de mil asesores! Pero no. Me sorprendió cada movimiento, cada palabra, cada gesto.

Cuando Juanita se acercó con el tinto, le pidió que a cambio le trajera un agua caliente. Saludó efusivamente a cada uno de los presentes. Cuando su agua estaba servida, sacó una caja de su maletín. «Sweet Dreams de Green Like», alcancé a leer. Sacó un sobrecito de infusión y empezó a tomarse su bebida. ¿Sería el secreto de su éxito? Me pregunté, respondiéndome a mí mismo: «qué pregunta más pendeja».

Nos habló de cinco pasos efectivos que el desarrollaba para lograr metas extraordinarias. Las escribí en mi agenda. Luego, las pegué en mi escritorio de oficina. Cuando terminó su charla, me acerqué para preguntarle lo que mi cabeza señalaba como una pregunta tonta. Me respondió: ¡Sweet Dreams tiene todo que ver! Luego, puso su mano en mi hombro y continuó: ¡No es cierto, colega, pero me encanta su sabor y me ayuda a combatir el estrés!

Pasaron seis meses aplicando los seis pasos que Felipe nos había enseñado. Sabía que lograría el mismo resultado, pero no pensé que sería tan pronto. Me han invitado a compartir mi experiencia ante un grupo de colegas. Rechacé el café recién hecho; a cambio, pedí agua caliente. Ya saben que llevo en mi maleta (Sweet Dreams, por si alguien hace preguntas pendejas como yo).

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