Cómo vender con storytelling

¿A quién no le gustan las historias? Si quieres que tus clientes te escuchen hasta el final logrando mover sus emociones hacia la compra, el siguiente relato, de Green Like, te enseñará como hacerlo como un experto. 

Desde que dejé el apartamento que compartía con él y vine a vivir a casa de mis abuelos, ellos no dejan la misma rutina. Todas las tardes la abuela me invita al balcón de su cuarto. Me pide que me desahogue. Mientras tanto, el abuelo sube con dos infusiones de Soursop, de Green Like. Sus ojos de nostalgia ya conocen el valle de lágrimas que estoy atravesando.

Conocí a Ricardo recién empezó su carrera como oficial de la policía, mientras yo terminaba mi carrera de psicología. Un año después todo cambió. Lo trasladaron de ciudad. Busqué universidad cerca de su nuevo lugar de trabajo, pero me dijo que no insistiera en ello. Era posible un nuevo traslado y no tenía sentido saltar de charco en charco. Estuve de acuerdo.

Venía cada tres meses; luego, cada seis. Hacíamos planes de matrimonio. Teníamos mil proyectos juntos. A pesar de la distancia, lo amaba como a nadie. Pasaron tres años y la distancia nunca apagó mi amor por él. Nuestra relación cumplía cuatro años. Quise aprovechar la ocasión para darle una sorpresa. Los hombres siempre dan el anillo de compromiso, pero ¿tiene algo de malo que tomemos la iniciativa nosotras?

Tomé un crédito para comprar un anillo de lujo. Conseguí su ubicación exacta. Después de muchas horas de viaje, incluso por caminos sin asfalto, llegué al pequeño pueblo. Me acerqué a la dirección temblando de los nervios. ¡Por fin lo vería después de seis meses! Quizá no estaría, por causa de su trabajo, pero quería asegurarme. Llame a la puerta.

Un niño, de unos dos años de edad, abrió la puerta. Escuché un grito:

—¡RICARDO, CUÁNTAS VECES TE HE DICHO QUE NO ABRAS LA PUERTA!

«¿Ricardo? ¡Oh, ese niño se llama como mi novio!» Pensé.

—A la orden —dijo la señora que salió de la cocina.

—Perdone —respondí—, parece que me equivoqué de dirección.

¿Realmente me había equivocado de ubicación? Antes de que la señora cerrara la puerta, vi la foto de un hombre con uniforme, colgada en la sala de casa. ¡Era él! Pregunté con zozobra:

—Señora, ¿conoce al hombre de la foto?

—¿Que si lo conozco? ¡Obvio! Ese es mi marido.

Soy psicóloga. No entendía por qué un médico no puede curarse a sí mismo. Ahora lo entiendo. Los ojos de mi abuela me miran con nostalgia, mientras me dice:

—¿Sabes por qué te comparto esta infusión?

Señala el empaque, se pone las gafas y me lee:

—Aquí explican que previene la osteoporosis y sirve para el corazón sano. A mí, me ayuda con los huesos. A ti, con el corazón roto.

Sonrío y la abrazo, sin complicarme con explicaciones. Aunque el amor humano es imperfecto y traicionero, mi esperanza se aviva cuando veo al abuelo trayendo las dos infusiones de Soursop y besando a mi abuela, como cuando eran novios hace cincuenta años.  

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